CALVICIE
Debí haber titulado «Genética» este fragmento de un sueño sobre la calvicie. Quedaba calvo. Una mañana sentí que un aire helado rozaba mi cabeza desnuda y me dio risa pensar que finalmente había quedado calvo. Dormido, percibí mi sonrisa fresca, que en el sueño se representaba por la imagen de mi cuerpo de cabeza calva arqueándose en una carcajada muda: era una sonrisa. Riendo, me desplazaba para mirarme en el espejo del cuarto de baño. Allí vi la cara de mi padre, sin pelo. Mi padre tampoco fue calvo. La sensación de reír se tomó en un agradecimiento (¡al sueño!) por haber reencontrado a mi padre. En ese baño había un sector revestido con maderas, una suerte de sauna, donde me sentaba a meditar sobre mi padre. Seguía frente a mí su imagen de veinte años antes de su muerte. Pienso que esta alegría de verlo es lo que hace tolerable la certidumbre de haber perdido el pelo. Luego, despierto, seguí rememorando la imagen de mi padre en el espejo y con ella presente pensé en la genética humana. Se me hacía evidente que la calvicie mutila un carácter sexual secundario del hombre, y que el programa de la especie ha previsto que las características que hacen atractivo sexualmente al varón se pierdan en el momento en que la degradación de sus cromosomas lo hacen inepto para generar hijos con un buen patrimonio genético, como el que en mi familia se atribuía a mi padre. En el resumen cifrado del sueño estaba subrayada la expresión «buenas piernas». Por entonces estaba convencido de que la pasión que me impulsa a buscar mujeres de piernas largas y ágiles es resultado de un mandato de la especie que orienta a fecundar a las más aptas para el cuidado y la crianza de los niños en las etapas de nomadismo, como las que, a veces pienso, están en vísperas de reaparecer.
FOGWILL, La gran ventana de los sueños, Alfaguara, Madrid, 2013, pp. 117-118.
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