UN CUENTO TRISTE
En su camino de regreso a casa, Eusebio
recorrió otras muchas ficciones. Novelas respetadas por la crítica,
guías de viaje ilustradas y manuales de autoayuda. Transitó por
biografias no autorizadas de estrellas del pop, por historias basadas en
hechos reales, con su probada capacidad para llegar al corazón de la
gente, y hasta por un libro de poemas, donde se le hizo rimar con
Armenio. Un lamentable error le llevó a las notas a pie de página de
una importante novela contemporánea, de las que le costó mucho tiempo
salir.
Cuando llegó a su cuento, Angela había muerto ya. Desde
entonces la visitó cada tarde en el cementerio. Sentado junto a su
lápida, Eusebio narraba para ella las extraordinarias aventuras que
había vivido: la vez que ayudó a Sandokán a retornar a nado, con el
costado herido, a la isla de Mompracem; sus correrías junto a los
cosacos de Taras Bulba a orillas del Don, o aquella vez que, escapando
de los nazis, cruzó a la carrera el frente en el norte de Italia, en
dirección a las tropas aliadas. Prudentemente, evitó mencionar los
buenos ratos vividos con Shanon en los capítulos más tórridos de Hotel
Lujuria.
Fue allí también, junto a la tumba de su mujer,
donde Eusebio juró quedarse en su cuento y cuidar de su memoria para
siempre. Puede que fuera un cuento triste, pero era, a fin de cuentas,
el suyo.
FERNANDO LEÓN DE ARANOA, Aquí yacen dragones, Seix Barral, Barcelona, 2013, pp. 177-178.
&
Francesco Vezzoli
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