Mi amigo D. me contó que cuando la guerra de Vietnam llegaba a su término, su hijo pequeño le dijo que, cuando finalizara, quería celebrarlo.
—¿Y cómo? —preguntó D.
—Quiero tocar la bocina de tu coche —le contestó su hijo.
El final de la guerra pasó casi inadvertido para la mayoría de los norteamericanos. No hubo desfiles ni bandas de música por las calles, apenas unas pocas muestras de entusiasmo. A excepción de una urbanización de Salt Lake City, donde un niño de nueve años, con el permiso de su padre, tocó la bocina del coche hasta descargar la batería.
Steve Hale
PAUL AUSTER, Creía que mi padre era Dios, Anagrama, Barcelona, 2002, p. 341.
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Andy Warhol
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