Un profesor: lo llamaremos A. por oposición a B. Es sencillo, educado, solicito, pide la opinión de sus alumnos para las decisiones más triviales, es partidario decidido de un clima de ayuda y cooperación que convierta su clase en un hervidero de ideas. Habla con voz suave, amable, levemente apagada, y espera de tal modo ganarse la confianza de sus alumnos. Pero la clase languidece; los alumnos, primero sorprendidos, callan ahora ante cualquier proposición. Resienten el esfuerzo suplementario y se niegan a asumir nuevas tareas.
Pienso en B.: un dictador, sin duda, pero un dictador ameno, sorprendente, histriónico. Se hace lo que él quiere pero sin que sea evidente. Salta, empuja, toca resortes. Existe la obligación de estar a su altura, pero es una obligación fácil de soportar pues él la soporta y no parece más oprimido por ello. Un maestro auténtico: también un dictador, un dictador que se precia de serlo, y de serlo en la sombra.
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