—La Pologne? La Pologne? ¿Un frío espantoso, verdad? —me pregunta, y respira con alivio. Son tantos los países que surgen cada dos por tres, que el tema de conversación menos resbaladizo es el clima.
—Madame —me encantaría responderle—, los poetas de mi país escriben con los guantes puestos. Aunque, a decir verdad, a veces se los quitan: sí, cuando cae una luna de justicia. Con estrofas de alaridos punzantes, único medio de apagar el estruendo del vendaval, cantan la vida sencilla de los pastores de focas. Nuestros clásicos hacen cisuras con carámbanos de tinta en la nieve apelmazada. El resto, los decadentes, lloran la suerte de los copos de nieve. Quien quiere morir ahogado debe hacerse con un pico para agrietar el hielo. ¡Ay, madame, querida madame!
Eso es lo que me encantaría decir. Pero no recuerdo cómo se dice «foca» en francés. Ni estoy segura de qué palabras corresponden a «carámbano» y a «agrietar».
—La Pologne? La Pologne? ¿Un frío espantoso, verdad?
—Pas du tout —respondo glacial
WISLAWA SZYMBORSKA, Paisaje con grano de arena, Círculo de Lectores, Barcelona, 1997, p. 34.
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Linda Adlestein
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