sábado, 31 de agosto de 2013

DÍA DE BODA, Seamus Heaney


DÍA DE BODA

Tengo miedo.
El sonido se ha parado en el día
y las imágenes se repiten
sin cesar. ¿Por qué esas lágrimas,

el pesar salvaje en su rostro
fuera del taxi? Crece
el jugo del lamento
en nuestros invitados que saludan.

Tras la gran tarta estás cantando
como una novia abandonada
que persiste, demente,
y que atraviesa el ritual.

Cuando fui a los lavabos
había un corazón con una flecha
y palabras de amor. Deja que duerma
recostado en tu pecho, camino al aeropuerto.

Seamus Heaney

&
Pavel Otdelnov

[TODO SE HA DICHO...], Kobayashi Issa & Matej Andraz Vogrincic

 


Todo se ha dicho
ha sido ya pensado
llegamos tarde

Kobayashi Issa

Ilustración: Matej Andraz Vogrincic

viernes, 30 de agosto de 2013

[PENSABA QUE LAS CALAS ERAN TAZAS...], María José Ferrada & Zuzanna Celej


Pensaba que las calas eran tazas.
Y tomaba en ellas la leche de la tarde.
Mis únicos invitados eran los caracoles
y una nube blanca de la que sacaba azúcar para la merienda.


El abuelo titilaba en las flores del manzano.

Y todo
era perfecto.


MARÍA JOSÉ FERRADA, El idioma secreto, Faktoría de Libros, Pontevedra, 2013. pp. 36-37.

jueves, 29 de agosto de 2013

[IDÉNTICO AL PEZ...], Kobayashi Issa & Ben Frank Moss & Blas García

Idéntico al pez
que ignora el océano
el hombre en el tiempo

Kobayashi Issa



miércoles, 28 de agosto de 2013

LA MAESTRA, Adriano González León & Man Ray


LA MAESTRA

A Óscar Díaz Punceles

   Empinada en su mesa, muy ausente, la señorita dijo que el cuerpo humano era de malabar. Se marchita, creándolo, la savia dura poco: Cabeza, tronco y extremidades son una pura congoja. Esa lámina, niños, toda sangre roja, la vamos a cambiar.
   El pizarrón se volvió un manto negro y las patas se doblaron en cruz.
   Todos los caminos de nuestra extensa geografía y los 2.815 kilómetros de costas están llenos de olvido. Desde la zona montañosa, por las vertientes, el relieve terrestre se define con la palabra silencio, niños, atención, no abran la boca hasta el momento de cantar el himno nacional. La flora y la fauna lloran y el clima subtropical es insoportable. Así como dos y dos son cuatro, es menester estar atentos, muy atentos. El caballo de Atila viene pisando la hierba, oigan los golpes, el ventrículo derecho se me ahoga, perdonen, se suspenden las tareas asignadas para hoy.
   Ahora se sabe por qué las tizas y creyones tenían ese agobiante olor. Francisco Durán Vásquez, boticario, dejó vacío el frasco de cianuro y le escribió una carta dándole sus razones.

ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN, Todos los cuentos más uno, Alfaguara, 1998, Madrid, p. 191.

martes, 27 de agosto de 2013

EL DINOSAURIO QUE NO PODÍA DORMIR, José Luis Zárate & Aldo Ojeda



EL DINOSAURIO QUE NO PODÍA DORMIR

   Érase un dinosaurio que llegó a la fama no por méritos propios, sino porque despertó al lado de la persona equivocada que, para colmo, se tomó el asunto a lo trágico, lo comentó a todo el mundo, y lo publicó en su Facebook.
   El dinosaurio no entendía cómo un hecho estrictamente íntimo podía obtener 7,500 likes y 1,355 comentarios en sólo unas horas.
   Lo peor, claro, fueron las fotos en Instagram y el video en YouTube que fue retirado por contravenir las normas morales del servicio, pero que para entonces había sido clonado y ubicado en mil sitios distintos.
   Vio a quien había iniciado la tormenta mediática llorar en tres noticieros distintos, un par de programas de variedades y un talk show. En todos ellos decía, llorando, con lágrimas de furia, de resignación, de asco, de vergüenza, de odio: “Y cuando desperté…”
   Con qué horror el dinosaurio vio al público entero corear el remate de la frase: “… todavía estaba ahí”.
   Lo peor fue el meme, la canción (reggaeton, además), los llaveritos.
   De alguna manera apareció en su Linkedin y en su entrada en la Wikipedia aclaraban que él era ese dinosaurio.
   La gente con quien dormía hacía siempre el mismo chiste al despertar (“¿Sigues ahí?” ) y escuchó tantas variaciones malas sobre el tema que dejó de acudir a fiestas y se planteó seriamente las ventajas de la vida célibe y solitaria del anacoreta.
   Tomó demasiado café y las noches le parecían pobladas de risas y se negaba a dormir porque era lo que había empezado todo.
   La zorra (que había sido difamada en más de una ocasión —no siempre falsamente—) le recomendó que tuviera paciencia. La memoria de la masa, dijo, es un conejo que corre buscando siempre otro agujero.
   El dinosaurio no entendió la metáfora, pero agradeció el consejo y se resignó a esperar a que se cansaran de atormentarlo.
   Pasó tiempo (incluso la zorra se sorprendió) pero al fin la tormenta empezó a amainar.  El dinosaurio ya no fue tan popular y su imagen dejó de aparecer en diarios amarillistas y sitios XXX.
   Y entonces pasó algo raro. El dinosaurio se sintió menos real después, hubo un vacío y un ahogo cuando los reflectores se alejaron y alguien no supo cómo completar el estribillo: “Y cuando despertó…”
   El dinosaurio hizo un álbum de recuerdos, guardo los souvenirs y bibelots creados con su imagen, se encontró tarareando la canción y los chistes rancios le parecían increíblemente ingeniosos.
   Ahora, cuando se rasura frente al espejo, cuando un funcionario le pregunta su nombre, cuando alguien duerme a su lado, el dinosaurio añora la fama y se pregunta si él en realidad sigue ahí.

lunes, 26 de agosto de 2013

[EN OCASIÓN DEL QUINCUAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA BOMBA...], Phillippe Forest & Yosuke Yamahata

   En ocasión del quincuagésimo aniversario de la bomba, unos periodistas se propusieron encontrar a los hombres y mujeres que Yamahata fotografió. Ni que decir tiene que sólo unos pocos seguían con vida. Los que en aquella época escaparon a la muerte, habían perecido después de cáncer o de viejos. Inexplicablemente, la joven madre que daba el pecho a su bebé se contaba entre los supervivientes. Cuando le enseñaron la imagen, de medio siglo de antigüedad, en la que ella —magníficamente igual a pesar de los años, gloriosamente idéntica a sí misma— aparecía en todo su desaparecido esplendor de antaño, contó que el niño había muerto hacía tiempo, que en pocos días todas sus fuerzas lo abandonaron y acabó consumiéndose.
   Nadie puede comprender el corazón de esa mujer y lo que sentía mientras unos desconocidos le entregaban una imagen —quizás nueva para ella— que contenía todo cuanto le quedaba de su hijo perdido. Atravesando el campo inconcebible del tiempo, acudía a ella: no el niño mismo —puesto que nada podía hacerlo resucitar—, sino el hijo irremediablemente perdido, que se le restituía así y del que sólo podía decir una cosa: que aquel niño, como todos los demás, era infinitamente precioso, que nada podía justificar su horrible desaparición, que el paso de los años en nada atenuaría el escándalo desnudo de su ausencia. Y mirándolo por segunda vez, con una  mirada que atravesaba el tiempo entero de su vida, la mujer —misteriosamente sonriente— devolvía al niño vivo el regalo generoso y melancólico de su inconsolable amor.


PHILLIPE FOREST, Sarinagara, Sajalín, Barcelona, 2009, pp. 241-242.

domingo, 25 de agosto de 2013

ARS LECTORA, Adriana Azucena Rodríguez


ARS LECTORA

   Anoto, subrayo y pongo asteriscos porque mientras leo hablo con el libro. Él a veces me contesta, a veces no. En ocasiones sólo habla él, otras sólo hablo yo.
  Cuando regreso a un libro que ya había marcado, es como si escuchara una conversación ajena, cuyos detalles y antecedentes desconozco aunque esté familiarizada con los interlocutores. Y después de un esfuerzo inútil, concluyo que esa conversación es estúpida.

ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ, Postales (Mini-hiper-ficciones), México, Fósforo-Inba, 2013, p. 60.

sábado, 24 de agosto de 2013

[LA ENTRAÑABLE DELICADEZA...], Carlos Skliar



La entrañable delicadeza de un ciego que al hablar no deja de utilizar palabras como "mirar" o "ver".


viernes, 23 de agosto de 2013

EL DESAYUNO, Heimito Von Doderer




EL DESAYUNO

   Hoy por la mañana desayuné en el baño, algo distraído. Serví el té en el vaso que utilizo para enjuagarme cuando me limpio los dientes y eché dos terrones de azúcar en la bañera, que, por desgracia, no bastaron para endulzar una cantidad tan grande de agua.


HEIMITO VON DODERER, Relatos breves y microrrelatos, Acantilado, Barcelona, 2013, p. 170.

jueves, 22 de agosto de 2013

[EL HOMBRE ES PRIMERO HOMÍNIDO...], Fernando Menéndez


El hombre es primero homínido y después una pregunta que muere.


FERNANDO MENÉNDEZ, Tira líneas, Difácil, Valladolid, 2010, página 63.

Fotografía: Conde Orlok

miércoles, 21 de agosto de 2013

[UN ESNOB...], Karl Kraus & Pierre Bonnard



Un esnob nunca es totalmente de fiar. La obra que elogia podría ser buena.

KARL KRAUS, La tarea del artista, Casimiro, Madrid, 2011, p. 26.

martes, 20 de agosto de 2013

[HAY QUE SER LOCO...], Raizan


Hay que ser loco
en este loco sueño
para no estar loco

Raizan

lunes, 19 de agosto de 2013

AUB, Adriana Azucena Rodríguez


AUB
  
   Le eché el camión encima porque no pude soportarlo. Día tras día, ese horrible vecino de al lado escuchaba música a todo volumen. No me dejaba leer, pensar, descansar. Él estaba seguro —y me lo hizo saber cuando le rogué que bajara el volumen— de que mi vida era tan triste que me alegraría escuchar su música guapachosa. Por fin, compré una casa. Me aseguré de que no hubiera vecinos ruidosos, que las paredes no dejaran pasar sonido alguno. Sobra decir que gasté cuanto tenía, que trabajé jornadas dobles, que me privé de todo.
   No podía negarme el gusto de tocar a su puerta y despedirme. Abrió, después de que toqué durante diez minutos. Traía puestos unos audífonos. Me mostró el ipod que se acababa de comprar. Fue entonces cuando le dije que tenía algo para él en la mudanza, que si me acompañaba al estacionamiento.

ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ, Postales (Mini-hiper-ficciones), México, Fósforo-Inba, 2013, p. 84.

sábado, 17 de agosto de 2013

[EL PAPA PIO IX...], Adolfo Bioy Casares



El papa Pío IX, prelado amable, inteligente y santo, tenía mal de ojo en abundancia. Recorriendo Roma después de su coronación lanzó una supuesta bendición a una niña que sostenía un bebé desde una ventana abierta. De inmediato el niño cayó a la calle y  murió. Desde entonces su reputación como jettarore de primer orden fue segura. Uno de sus contemporáneos dijo: «Si no tuviera la jettatura, sería muy extraño que todo lo que bendice fracase. Cuando bendijo nuestra causa contra Austria en 1848, íbamos ganando batalla tras batalla a las mil maravillas; repentinamente todo se hizo pedazos Los otros días fue a Santa Agnese a presenciar un gran festival: el piso se derrumbó, y la gente resultó aplastada. Después visita la columna erigida en honor a la Madonna en la Piazza di Spagna y bendice columna y obreros y por supuesto uno de los obreros cae del andamio ese mismo día y se mata. Nada es tan fatal como su bendición.


Anthony Burgess, «The maleficent beam», TLS,
4 de septiembre de 1981

.ADOLFO BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997, p.17.

viernes, 16 de agosto de 2013

[ME ACUERDO...], Javier Serrano




... me acuerdo de que hace años era capaz de retomar un sueño que hubiera sido interrumpido por algo o alguien. También de abortar un sueño en el preciso instante en que este se convertía en una pesadilla... 

JAVIER SERRANO, Memoria de pez, Creative Commons, Madrid.

Ilustración: Bernard Bieling

jueves, 15 de agosto de 2013

UNA CASA ABIERTA, Fernando León de Aranoa


UNA CASA ABIERTA

   Habían entrado en la casa con miedo. La puerta es­taba abierta, y antes que ellos habían pasado por allí los soldados. Había colillas en el suelo, los armarios estaban forzados y las alfombras manchadas del barro de las bo­tas de muchos hombres. Siempre era así cuando encon­traban una casa: ellos eran los últimos en acceder, y nunca quedaba en ellas nada de valor. Apenas pequeños objetos, portarretratos vacíos, abrecartas, un cepillo. Nunca ropa o alimentos, que eran lo primero en desa­parecer, lo que más falta hacía en aquellos días. Eso no desalentaba a los chicos. Sus incursiones perseguían emociones, aventuras que revivir al día siguiente, al contarlas en la escuela, antes que objetos.
   A cambio encontraban a veces una ausencia apresu­rada, un vestigio de momentos vividos, atrapados en retratos y espejos velados, en el cuero gastado de los brazos de los sillones, en el vicio de los colgadores va­cíos. Y siempre un crepitar de madera y cristales rotos bajo los pies, pese a la cautela de sus pisadas, al aden­trarse en las casas.
   A Raúl le gustaba detenerse ante los espejos: en ellos creía adivinar cuanto habían reflejado antes. Matrimonios vestidos con elegancia, arreglándose para salir al teatro. La inseguridad de un muchacho que acude a su primera cita. La vanidad de una mujer joven, hermosa, a veces desnuda. Y una mano delicada, que se ajusta li­geramente la cintura, y realza el pecho.
   Humeaba aún en las casas la inquietante cotidianei­dad de los objetos. Una cama deshecha, sus sábanas ti­bias aún, arrugadas, levantándose aquí y allá en cordille­ras y macizos montañosos, constituía para Raúl un mapa de fácil lectura, una bitácora elocuente que interpretaba con eficacia de experto. En la orografía caprichosa de sus arrugas adivinaba a veces las señales del amor re­ciente, los abrazos y las caricias; otras, la silueta tierna de una adolescente a la que la proximidad de la guerra le impide conciliar el sueño.
   Y cubiertos y loza blanca, copas altas de cristal, una mesa dispuesta para una comida familiar que nunca lle­gó a celebrarse. Y un tablero de ajedrez a mitad de par­tida, en el que juegan las blancas y ganan. Y un libro marcado con una rama seca de laurel, su lectura aban­donada a doce páginas exactas del final: la urgencia de la partida.

   La casa en la que entran hoy no es igual a las otras. Se ha combatido en ella, a juzgar por las mordeduras de la metralla en las flores del papel pintado de las paredes. No hay aquí rastro de comida, mantas, abrigo. Nada que poder canjear después, de lo que obtener beneficio.
   En una de sus habitaciones, la que asemeja un des­pacho, Raúl encuentra en el suelo, junto a la mesa, un cartapacio pisoteado. Está lleno de escritos que escapan de su interior, desplegados por el suelo como un abani­co violento, como una víscera furiosa.

   Y, sin que pueda explicar por qué, a Raúl le resultan valiosos. La letra sinuosa y leve, el papel amarillento.
   Quizá adivina la vida en ellos.
  Salaberri, Repe y Guzmán. Sus amigos, que lo son desde que empezaron juntos la escuela, hace no tantos años, le encuentran sentado en el suelo, leyendo en voz alta. Al principio les cuesta comprender el sentido de sus palabras, pero pronto su significado se les revela cursi, inaceptable. Digamos ridículo. Y se burlan y repi­ten los vocablos vergonzantes. Y dicen Amor, y dicen Labios, y Rumor, y Pétalo, y Pechos. Y sobreactúan be­sos y abrazos, y se burlan, y se mueren de la risa en un tiempo en el que lo natural era morirse del miedo.
   Pero Raúl sigue leyendo, por encima de todo. De las burlas, de los empujones, y de un fuego lejano y lento de mortero, que pespunta obstinado desde hace meses el silencio de las tardes y el miedo inigualable de las ma­dres.
   La explosión de un obús en un parque próximo in­terrumpe la lectura y las risas. Repe, Guzmán y Salaberri corren hacia la salida como por efecto de la onda expan­siva. Crepita con fuerza ahora bajo sus pies la hoguera de cristales rotos. Raúl recoge apresurado los escritos, los mete como puede en la carpeta y sale tras ellos.
   En su carrera desesperada pasa ante un gran espejo.
   Más tarde jurará haber visto en él el reflejo de un hombre enorme con bigote, casi un gigante, sentado a una mesa, escribiendo.

  Damián Castro Reygadas lleva dando clase en el colegio público Catorce de Abril algunos meses, pocos. No es un gran profesor de Lengua y Literatura, pero algunos contactos le han permitido obtener la plaza. Su padre ocupó durante años un cargo en el Ministerio de Ins­trucción Pública antes de regresar a Galicia, donde aho­ra vive un retiro feliz y desahogado. Pese a sus ideas ul­tracatólicas, conserva aún buenos amigos en la capital, lo que le ha permitido salvaguardar sus propiedades en ella: una casa grande en el barrio de Salamanca, dos au­tomóviles, y algunos inmuebles de menor entidad en el centro de la ciudad.
   Uno de ellos lo ócupa su hijo Damián, en general más preocupado de obtener los favores de alguna de las solteras con las que gusta relacionarse, que de la forma­ción literaria de sus alumnos.
   Como hoy, que no es capaz de dejar de pensar en la cita que, al acabar las clases, ha concertado con una mo­dista del taller de costura Regalado, local de confeccio­nes delicadas que ocupa el bajo C del edificio en el que vive. Han sido necesarios algunos encuentros fortuitos en la escalera y al menos dos negativas, antes de que la joven costurera haya consentido en compartir un paseo y dejarse invitar a una horchata en la terraza de Julián, al caer la tarde. Sabe Damián que quizá una oportunidad así no se le vuelva a presentar, por eso planea el encuen­tro al detalle. Y calcula las palabras que dirá, el contenido exacto de sus comentarios, la ocurrencia que seguro la hará reír. Busca, en fin, la manera de perdurar en su me­moria.
   Éstos y no otros son los pensamientos que ocupan por completo su cabeza, mientras sus alumnos leen en voz alta el poema de tema libre que días atrás les pidió que escribieran, por una cara sólo y sin ayuda de sus padres.
   Es el turno de Raúl. Nota cómo le tiemblan las pier­nas al ponerse en pie, en parte por los nervios lógicos que le sobrevienen al leer frente a la clase, en parte por­que está mintiendo: ha decidido presentar uno de los poemas que encontró en la casa como si lo hubiera es­crito él. La noche anterior, mientras lo transcribía en la soledad de su dormitorio, le había parecido un plan in­falible. Ahora, por el contrario, no tiene ninguna duda de que va a ser descubierto. El maestro advertirá que ésas no son sus palabras, sino las de otro, que él ha to­mado prestadas.
   No sucede.
  Cuando termina de leer, Damián dice que el poema es cursi y está mal escrito. Raúl no aprobará Redacción este trimestre, pero se consolará pensando que no es a él a quien han suspendido, sino a ese otro, a quien ni si­quiera conoce.


   En el tranvía, de vuelta a casa, el maestro relee con desgana los poemas que sus alumnos han presentado. En­tonces cree advertir en el de Raúl una luz que antes, al escucharlo en la clase, no supo ver.
   Esa tarde él notará también un temblor en las pier­nas cuando, transcrito en un papel, se lo regala a la bella modista en la terraza de Julián. Busca el momento opor­tuno y cree encontrarlo instantes antes de la despedida.
   Y aunque asegura haberlo escrito pensando en ella, a la chica el poema le resulta cursi. Lo guarda pese a todo en su bolso, más por cortesía que porque aparente tener interés alguno en conservarlo.
Damián regresa a su apartamento sin el beso que esperaba a cambio, pero con la decisión ya tomada de que Raúl suspenderá Redacción también el siguiente tri­mestre.

   La joven costurera olvidará pronto aquella cita. Cuando, días después, Damián es hecho preso y fusilado al ha­berse dado a conocer su ascendencia familiar e intere­ses, ella le llora con desconsuelo. Al cumplirse el mes de sus funerales, ya le ha olvidado por completo. El poema que Damián le regaló va a parar a una caja de zapatos forrada con postales de otras ciudades enviadas por sus muchos pretendientes, junto a otros poemas, pétalos de flores secas y notas de amor manuscritas.
   Meses más tarde lo presentará como si fuera suyo a un concurso radiofónico. La costurera se siente legitima­da para hacerlo, ¿no fue ella a fin de cuentas quien lo inspiró? Harta del bajo salario mensual que percibe en el taller de costura Regalado, y decidida a buscar un hori­zonte distinto, al coste que sea, la modista transcribe el poema en una cuartilla y lo remite a la emisora. El jurado constituido para la ocasión está formado por un editor de prestigio, un crítico literario y tres escritores. Todos, sin excepción, encuentran el poema cursi, inaceptable y ridículo, por lo que resulta descalificado en la primera ronda de deliberaciones. Sin embargo, uno de los escri­tores, poeta de escaso talento y pese a eso cierto éxito, presionado por los plazos y una incapacidad creativa transitoria, lo envía como propio a una editorial mexica­na ocupada en esos días en publicar una antología bajo el epígrafe Poesía Actual Iberoamericana.
   La editorial invita a prologar el poemario a Neruda, el popular poeta chileno, por aquel entonces Cónsul Ge­neral de su país en México, que había vivido el comien­zo de la guerra española durante su estancia en Ma­drid.
   Las galeradas que habrán de inspirar su escritura llegan con puntualidad a su residencia en Coyoacán. El poeta reserva una tarde tranquila para leerlas.
   A Neruda el poema no le gusta. Le resulta cursi, ina­ceptable. Digamos ridículo. Y sin embargo familiar, ex­trañamente evocador. Cierra el ejemplar y se pregunta por la lógica misteriosa de los recuerdos.
   Sentado luego a su mesa, casi un gigante, Neruda es­cribe.
   El prólogo, que titulará Una casa abierta, describe la poesía como una mujer que abraza, generosa y mater­nal; como una parroquia, como un espacio común, te­chado, al que es bienvenido todo el que de ella busca amparo; poesía que no pertenece ya más a quien la fir­ma, sino a quien la necesita.


FERNANDO LEÓN DE ARANOA, Aquí yacen dragones, Seix Barral, Barcelona, 2013,
pp. 180-186.






miércoles, 14 de agosto de 2013

[UN SILENCIO ES COMO UN POZO...], Carlos Skliar


Un silencio es como un pozo que no quisiste cavar. Porque si así lo hubieras deseado, habría más agujeros en la tierra que olas en los sueños. Los volcanes son el modo que tiene el mundo de recordar que a veces es mejor decir lo que es imposible callar.

CARLOS SKLIAR, No tienen prisa las palabras, Candaya, Barcelona, 2012, p. 103. 


martes, 13 de agosto de 2013

[INNUMERABLES MATAS...], Omar Jayyam


Innumerables matas de hierba rodean cada arroyo,
Relucientes, pequeñas, indignas parecen.
No las pisotees, pues son para mí
fantasmas de amantes pasados que están aquí otra vez para soñar,

Omar Jayyam

lunes, 12 de agosto de 2013

[LA HISTORIA NO SE REPITE...], Ángel Crespo



La historia no se repite; lo que se repite es la ceguera de sus interpretes, pues cada retorno es diferente.

ÁNGEL CRESPO, La luz invisible, El Toro de Barro, Carboneras, 1981.

Rocío Osorio

domingo, 11 de agosto de 2013

[NUNCA TE MARCHAS EN VERANO...], Francesco Piccolo

    Nunca te marchas en verano. Siempre te quedas en casa durante el día y paseas por la ciudad de noche. Es la época del año que más te gusta. Agosto. La parte central del agosto, mejor. Una semana, como mucho diez días: ese es el momento perfecto. Todo el mundo se marcha y tú te quedas aquí. Son tus vacaciones sin vacaciones.


FRANCESCO PICCOLO, Momentos de inadvertida felicidad, Anagrama, Barcelona, 2012, p. 19.

Lucio Fontana

sábado, 10 de agosto de 2013

[QUERIDO FRIEDRICH...], Charles Simic


Querido Friedrich, el mundo sigue siendo falso, cruel y hermoso...
Esta misma noche he visto que el chino de la tintorería, que no sabe leer ni escribir en nuestro idioma, volvía las páginas de un libro que un cliente se había olvidado con las prisas. Eso me alegró. Me habría gustado que fuese un diario de sueños o un volumen de versos ridículamente sentimentales, pero no pude fijarme bien.
Ahora es casi medianoche y su lámpara sigue encendida. Tiene una hija que le trae la cena, que se pone faldas cortas y camina a grandes zancadas. No ha vuelto aún y lleva retraso, mucho retraso, por lo que él ha dejado de planchar y observa la calle.
Si no fuera por nosotros, sólo habría arañas colgando sus telas entre las farolas y los árboles oscuros.


CHARLES SIMIC, El mundo no se acaba, Vaso Roto, Madrid, 2013.
Traductor: Jordi Doce
 
SHANE DRINKWATER

viernes, 9 de agosto de 2013

EN UN CEMENTERIO, Adolfo Bioy Casares



EN UN CEMENTERIO

   Contaba Alfred Hitchcock que, en un cementerio de Londres, junto a la tumba de un compañero muerto en la Segunda Guerra Mundial, se reunieron varios actores. Uno de ellos preguntó al viejo Charlie Coborn, actor de music-hall.
   —¿Cuántos años tienes?
   —Ochenta y nueve.
   El otro le dijo:
   —Realmente, Charlie, ¿te vale la pena volver a casa?

ADOLFO BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997, p. 30.

jueves, 8 de agosto de 2013

[AMAMOS A LOS DIOSES...], Ángel Crespo & Robert Mapplethorpe


   Amamos a los dioses que nos desdeñan; desdeñamos, en cambio, a los que nos aman. La medida del hombre verdadero no es otra que el desdén.

ÁNGEL CRESPO, La luz invisible, El Toro de Barro, Carboneras.

miércoles, 7 de agosto de 2013

LA MUJER AUSENTE, Raquel Vázquez

LA MUJER AUSENTE


Intento reinventarte
con bloques de recuerdo
pero esa sombra
                              tan fría
                                                    no puede
pertenecerte
                              así que trataré
de no pensar en ti para que
                                                    cuando vuelvas
encuentres tu rincón en mi memoria
exactamente igual que lo dejaste.


RAQUEL VÁZQUEZ DÍAZ, Pinacoteca de los sueños rotos, Isla Varia, Salobreña, 2012, p. 28.      

martes, 6 de agosto de 2013

IMPRESIONES, Adriana Azucena Rodríguez



IMPRESIONES

   Ando por tu cuerpo como por un libro. Te abro y me revelas cosas que no sabía pero intuí desde siempre. Te acaricio y te escucho. Hundo mi nariz, mis ojos y hasta mis dedos en tu interior. A veces dormito sobre ti o debajo de ti y sueño que te sigo leyendo. Te acomodo a mi placer y conveniencia o me apego a tus peticiones y reclamos. Me dueles a ratos. Por fin te abandono... para volver a ti y descubrirte de nuevo en tus signos inagotables.

ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ, Postales (Mini-hiper-ficciones), México, Fósforo-Inba, 2013, p. 18.

lunes, 5 de agosto de 2013

[EN LAS PLAYAS...], Ramón Gómez de la Serna



En las playas se pierden todas las novelas leídas y las novelas vividas. Es un gran papel secante de todo lo que sucede en ella. De las memorias pasadas no guarda ningún recuerdo, y donde más se pierde la presunción del presumido es en la playa en que luce sus zapatos blancos con vivos de charol negro.


RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, Pequeños relatos ilustrados, Ediciones de la Torre, Madrid, 1987.


Ilustración: Zinaida Serebriakova

domingo, 4 de agosto de 2013

SOBRE LA POESÍA, Juan Bonilla




   Había que ser texto, quitarse de en medio, limpiarse el yo como si fuera el resto de  helado que le queda en la comisura de los labios a un niño: la punta de la lengua que sale a borrar esa mancha es la poesía, el poema. Poema y poeta eran lo mismo: el poeta  es un texto. Osip lo había convencido. Y en el texto no debía hablar por boca del poeta más que quienes le inspiraban. Porque inspirar es tomar aire. El poeta respiraba porque  había quien le hacía respirar. Así decía el Gilgamesh —traducido por Gumiliov—, que los dioses retiraban la vida de quien vive quitándole el aliento vital. El poema es un boca a  boca, pero no el que le hace el poeta a su lector sino más bien el que le hace el lector al poeta: el encargado de darle vida al texto, de hacer que el texto conserve su vida y no muera ahogado, es el lector. El poeta es el bañista ahogado a la espera de quien le preste aliento.


JUAN BONILLA, Prohibido entrar sin pantalones, Seix Barral, Barcelona, 2013, p.173.

sábado, 3 de agosto de 2013

UNA ÓPERA DE JORGE SAND, Adolfo Bioy Casares


UNA ÓPERA DE JORGE SAND

   Pocos saben que Jorge Sand es autora de una ópera. Verdad es que es la nunca ha sido representada, por el motivo siguiente: La autora de Indiana acababa de entrar en relación con un compositor alemán por el cual había sentido repentinamente una admiración sin límites. Escribió expresamente para él un libreto de ópera, encargándole la música. Desgraciadamente, el pobre compositor estaba poco familiarizado con la lengua francesa, de manera que desde la primera audición de la obra se comprendió que había puesto en música todo el manuscrito, incluyendo hasta las indicaciones de escena, al punto que al final del primer acto un coro de aldeanos que asisten a la partida de su señor cantaba: «Il sort par la porte du fond. Il sort par la porte du fond».

La Nación, 17 de septiembre de 1884

ADOLFO BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997, p. 12.

viernes, 2 de agosto de 2013

[LAS PALABRAS DESCONOCIDAS...], Leslie Scalapino



Las palabras desconocidas crean un futuro.

Leslie Scalapino

Ilustración: Fernando Barata

jueves, 1 de agosto de 2013

[EL SUICIDIO...], Juan Bonilla & Edouard Manet



   El suicidio no deja de ser una forma de muerte natural por una parte. Y un crimen pasional por otra: el suicida se mata porque alguien a quien quería —él mismo— ha dejado de quererle. Y quizá había dejado de quererse.


JUAN BONILLA, Prohibido entrar sin pantalones, Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 372.