El papa Pío IX, prelado amable, inteligente y santo, tenía mal de ojo en abundancia. Recorriendo Roma después de su coronación lanzó una supuesta bendición a una niña que sostenía un bebé desde una ventana abierta. De inmediato el niño cayó a la calle y murió. Desde entonces su reputación como jettarore de primer orden fue segura. Uno de sus contemporáneos dijo: «Si no tuviera la jettatura, sería muy extraño que todo lo que bendice fracase. Cuando bendijo nuestra causa contra Austria en 1848, íbamos ganando batalla tras batalla a las mil maravillas; repentinamente todo se hizo pedazos Los otros días fue a Santa Agnese a presenciar un gran festival: el piso se derrumbó, y la gente resultó aplastada. Después visita la columna erigida en honor a la Madonna en la Piazza di Spagna y bendice columna y obreros y por supuesto uno de los obreros cae del andamio ese mismo día y se mata. Nada es tan fatal como su bendición.
Anthony Burgess, «The maleficent beam», TLS,
4 de septiembre de 1981
.ADOLFO BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997, p.17.
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