LA MAESTRA
A Óscar Díaz Punceles
Empinada en su mesa, muy ausente, la señorita dijo que el cuerpo humano era de malabar. Se marchita, creándolo, la savia dura poco: Cabeza, tronco y extremidades son una pura congoja. Esa lámina, niños, toda sangre roja, la vamos a cambiar.
El pizarrón se volvió un manto negro y las patas se doblaron en cruz.
Todos los caminos de nuestra extensa geografía y los 2.815 kilómetros de costas están llenos de olvido. Desde la zona montañosa, por las vertientes, el relieve terrestre se define con la palabra silencio, niños, atención, no abran la boca hasta el momento de cantar el himno nacional. La flora y la fauna lloran y el clima subtropical es insoportable. Así como dos y dos son cuatro, es menester estar atentos, muy atentos. El caballo de Atila viene pisando la hierba, oigan los golpes, el ventrículo derecho se me ahoga, perdonen, se suspenden las tareas asignadas para hoy.
Ahora se sabe por qué las tizas y creyones tenían ese agobiante olor. Francisco Durán Vásquez, boticario, dejó vacío el frasco de cianuro y le escribió una carta dándole sus razones.
ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN, Todos los cuentos más uno, Alfaguara, 1998, Madrid, p. 191.
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