EL MILAGRO DE LAS NUECES
En aquel convento, había un padre, que era un santo, y que se llamaba el padre Macario. Un día de invierno, al pasar por un sendero, en un campo de un benefactor nuestro, hombre de bien también él, el padre Macario vio a este benefactor junto a un gran nogal, y vio a cuatro labradores, con las azadas en alto, se disponían a arrancar el árbol y dejar las raíces al sol.
—¿Qué hacen con ese pobre árbol? —preguntó el padre Macario.
—¡Ay!, padre, hace años que no quiere dar nueces; así que vamos a hacer leña de él.
—Déjenlo —ordenó el padre—. Este año dará más nueces que hojas.
Sabiendo quién era el que había dicho aquellas palabras, el benefactor ordenó a sus trabajadores que volvieran a cubrir las raíces con tierra. Luego llamó al padre, que se disponía a marcharse y le dijo:
—Padre Macario, la mitad de cosecha será para el convento.
Como no tardó en correr la voz de esta predicción, todos empezaron a ir a ver el nogal que, en efecto, en primavera dio flores y al llegar la estación debida dio abundantes nueces. El benefactor no llegó a estar presente para ver caer los frutos del árbol; porque, antes de la cosecha, fue a recibir el premio de su caridad. Pero el milagro fue mayor. Aquel buen hombre había dejado un hijo de naturaleza muy diferente. De modo que, tras la cosecha, cuando un religioso fue a recoger la mitad que le correspondía al convento, éste se hizo el desentendido y hasta osó responder que nunca había oído decir que los capuchinos supieran hacer nueces. ¿Qué ocurrió entonces? Un buen día (escuchen bien), aquel hijo invitó a unos amigos de la misma calaña, y, en medio del festín, se puso a contarles la historia del nogal, mientras se reía de los frailes. Los canallas de sus amigos sintieron ganas de ver la enorme montaña de nueces, y mientras les dice "miren", mira él también y ....¿qué ve? Un montón de hojas secas de nogal. ¿No es ésta una buena lección? En cuanto al convento, en vez de salir perjudicado, salió ganando; porque, después de un hecho tan extraordinario, la colecta de las nueces daba tanto, tanto, que otro benefactor, compadecido, donó un asno al convento para que la bestia ayudara a transportar las nueces. Y se producía tanto aceite, que todos los pobres venían por él; porque nosotros somos como el mar, que recibe agua de todas partes, y la redistribuye en todos los ríos.
—¿Qué hacen con ese pobre árbol? —preguntó el padre Macario.
—¡Ay!, padre, hace años que no quiere dar nueces; así que vamos a hacer leña de él.
—Déjenlo —ordenó el padre—. Este año dará más nueces que hojas.
Sabiendo quién era el que había dicho aquellas palabras, el benefactor ordenó a sus trabajadores que volvieran a cubrir las raíces con tierra. Luego llamó al padre, que se disponía a marcharse y le dijo:
—Padre Macario, la mitad de cosecha será para el convento.
Como no tardó en correr la voz de esta predicción, todos empezaron a ir a ver el nogal que, en efecto, en primavera dio flores y al llegar la estación debida dio abundantes nueces. El benefactor no llegó a estar presente para ver caer los frutos del árbol; porque, antes de la cosecha, fue a recibir el premio de su caridad. Pero el milagro fue mayor. Aquel buen hombre había dejado un hijo de naturaleza muy diferente. De modo que, tras la cosecha, cuando un religioso fue a recoger la mitad que le correspondía al convento, éste se hizo el desentendido y hasta osó responder que nunca había oído decir que los capuchinos supieran hacer nueces. ¿Qué ocurrió entonces? Un buen día (escuchen bien), aquel hijo invitó a unos amigos de la misma calaña, y, en medio del festín, se puso a contarles la historia del nogal, mientras se reía de los frailes. Los canallas de sus amigos sintieron ganas de ver la enorme montaña de nueces, y mientras les dice "miren", mira él también y ....¿qué ve? Un montón de hojas secas de nogal. ¿No es ésta una buena lección? En cuanto al convento, en vez de salir perjudicado, salió ganando; porque, después de un hecho tan extraordinario, la colecta de las nueces daba tanto, tanto, que otro benefactor, compadecido, donó un asno al convento para que la bestia ayudara a transportar las nueces. Y se producía tanto aceite, que todos los pobres venían por él; porque nosotros somos como el mar, que recibe agua de todas partes, y la redistribuye en todos los ríos.
ALESSANDRO MANZONI, Los novios
EDUARDO BERTI, Historias encontradas, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2009, pp. 59-60.
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