miércoles, 16 de noviembre de 2011

GANAS DE TENER UN PUÑAL, Robert Walser


GANAS DE TENER UN PUÑAL
        
   Dos jóvenes —dos genuinos jóvenes de hoy en día llamados Oskar y Emma— se amaban. Su amor era profundo, nadie lo dudaba menos ni creía más en él que ellos mismos, y hasta aquí todo hubiera sido muy bonito de no ser porque les faltaba algo, y ahora mismo diremos qué ocurrió con ese algo tan especial y singular que les faltaba. Pese al afán y ojo avizor que pusieron en su búsqueda, no encontraron a nadie que les pusiera trabas. Tenían, por así decirlo, permiso para amarse, besarse, besuquearse y explorarse tanto como les viniera en gana. He ahí precisamente el inconveniente: cada vez les apetecía menos disfrutar. Si alguien se hubiera interpuesto prohibiéndoles actuar, habrían disfrutado cada vez más. Buenos y excelentes, ambos cayeron enfermos de una sobreabundancia de libertad y lamentaron, puede decirse, la falta de impedimento. Pues hay que saber que aspiraban a la novela italiana, en donde se nos habla, como todo el mundo sabe, de amantes que se quieren con tanto ardor, fervor y pasión porque lo tienen prohibido. Y no es que tuvieran unos padres muy rígidos o desalmados. También les faltaba el típico canalla que espía y parpadea detrás de oscuros matorrales. Sí, lo que les faltaba era el canalla, el enemigo tan receloso del amor. Cayeron en la cuenta y se preocuparon profundamente. Oh, tú, modernidad rectangular y sin alcohol, mezquino siglo de la aviación y de la vuelta al mundo, ya ves cuánto sufren los enamorados sedientos de aventura. El amor de Oskar y Emma se fue apagando con el tiempo; ¿y por qué? Sí, por falta de peligro. No había nadie que lo amenazara o combatiera, y así se relajaron ellos en su actividad. Cuando se autoriza una actividad a ciegas y sin el menor inconveniente, empieza siendo aburrida y acaba por decaer. He ahí un gran problema del tiempo en el que estamos condenados a vivir: que todo está permitido. Cuando está tan descaradamente permitido que los enamorados se abracen sin que uno de ellos tenga que mirar o girarse preso de la zozobra para ver si hay moros en la costa, entonces no hay novela italiana que valga. Oskar y Emma pretendían hacer una novela, pero no llegó a buen puerto y cayó en pedazos. El estilo pierde. Pretender conseguir una novela cuando falta el peligro es empezar mal. El peligro son las venas de una novela; los obstáculos, su vida. Y ya no quedan más obstáculos en este mundo sin orgullo ni principios, incapaz de prejuicio noble alguno. Incluso los niños pueden llegar cuando quieren, antes y después de la sagrada unión. Oskar y Emma lo sabían y veían cómo una angustia se adueñaba de su corazón. Sus padres eran gente sin prejuicios, ¡qué calamidad! No hay novela posible sin prejuicios. Las novelas crecen sólo en el terreno agreste y delicioso de las convenciones. Una historia de amor no existe si hay alguien a quien todo le resulta indiferente y no hay nadie a quien nada le resulte indiferente. En la antigua novela italiana a nadie le resulta nada indiferente, y es por eso, precisamente por eso, por lo que Oskar y Emma hubieran querido morirse. Pero morir no es tan fácil si no se saca un puñal. Por poco se mueren de las ganas de tener un puñal.

ROBERT WALSER, Historias de amor, Siruela, Madrid, 2010.