martes, 28 de mayo de 2013

LOS TOURS, Miguel Gila




LOS TOURS

   El verano pasado hice un tour por Europa. Recorrimos en once días diecinueve países, ¡deprisa! ¿eh?: «Vamos, vamos, vamos». «Que me hago pipí». «En Holanda, señora». Se bajó las bragas en Bélgica y llegó justito, que íbamos todos en el autocar diciendo: «Que nos mea, que nos mea». Nada. El guía lleva calculada la elasticidad de la goma, la longitud de las piernas, todo.
   Pero precioso. Nos llevaron, de entrada, digamos como para ir haciendo boca, a la torre inclinada de Londres, de ahí a París. Vimos la Torre Infiel, el Museo de la Ubre, que o la ubre ni la vi a esa velocidad qué vas a ver.
   Venía un señor muy culto que quería visitar los Inválidos y le dijeron: «Mire ese manquito y rápido». Después nos llevaron al monumento al Soldado Descolorido, y a una plaza en la que los franceses se tomaron la pastilla, y de ahí a la tumba de Napoleón, que nos dijo el guía: «Ahí están las cenizas de Napoleón». ¡Cómo fumaba! Un cajón lleno de ceniza.
   De París fuimos a Roma, al Vaticano. ¡Vaya negocio que se han montado, y empezaron con un pesebre! Precioso el Vaticano. El Papa estaba en el sillón papal, al fondo de un pasillo muy ancho, con el suelo de mármol, brillante. Venía un andaluz en el tour, con zapatos nuevos que había estrenado para este acontecimiento. Y dijo: «Yo me viá a asercá ar Papa, pa’ que me dé su bendisión». Cuando dio el primer paso, entre el brillo del suelo y los zapatos nuevos..., pegó una resbalada... y salió disparado con el culo por el mármol, las dos piernas levantadas, con los zapatos por delante. El Papa, que le Vio venir, levantó el codo y el andaluz pegó un chocazo contra la tarima donde estaba el sillón papal, que sonó... El Papa, como corresponde a su jerarquía, contuvo la risa, y muy amablemente, dijo; «Buona sera». Y dijo el andaluz: «Buena sera, pero mucha cantidá».
   De ahí nos llevaron al circo romano, que era un circo donde los leones se comían a los cristianos, pero ni vimos leones ni cristianos.
   Luego nos llevaron a un pueblo precioso, que las calles son de agua y venden los terrenos por litros cuadrados, y que van todos en canoas, como en el estanque del Retiro pero en fino. Todo lleno de puentes, el puente de los bostezos o de los ronquidos, o de los suspiros, no me acuerdo bien.
   Y después a Grecia. A mí, Grecia, ¿qué quieren que les diga, es un país que, bueno, que sí, que está, no vas a ser tan ignorante de decir ¡huy, no está Grecial, está, pero cómo está, todo roto, todo tirado por el suelo, viejo, del año del pedo. Todas las estatuas rotas, a una le falta la cabeza, a otra un brazo, a otra una pierna, decía yo: «¡Coño! que hagan una con todas».
   A mí Grecia no me gustó. Claro, que no la vimos bien, porque llevábamos media hora y preguntamos: «¿Qué país es a éste?» «¡Grecía!». «De nada».
   Y otra vez al autocar.

MIGUEL GILA, Siempre Gila, Aguilar, Madrid, 2001, pp.119-121.