MIS ÁRBOLES
Recibí casta de un antiguo compañero de universidad, un aristócrata, un acaudalado terrateniente. Me invitaba a su finca.
Yo sabía que el hombre estaba muy enfermo, ciego y medio impedido, que apenas podía andar... Y fui a verlo.
Me lo encontré en una avenida de su enorme parque. Arrebujado en una pelliza, aunque estábamos en pleno verano, enclenque y corcovado, con unas lentes verdes protegiéndole los ojos, era llevado en una silla de ruedas por dos lacayos enfundados en ricas libreas...
—Le doy la bienvenida, —profirió con voz sepulcral—, a mi heredad, aquí, a la sombra de mis árboles centenarios.
Sobre su cabeza extendía su inmensa copa un poderoso roble milenario.
Y pensé: «¿Oyes eso, gigante milenario? Ese gusano mediomuerto, que se arrastra a tus pies, ¡te llama «mi árbol»!
En ese instante corrió una ligera brisa, haciendo susurrar el tupido follaje del gigante... Y me pareció que el viejo roble dejó escapar un risa queda y bondadosa, respondiendo tanto a mi pensamiento, como a la presunción del enfermo.
IVAN TURGUÉNEV, Poemas en prosa, Rubiños, Madrid, 1994, p. 205.
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