—A mi mujer, señor, le pasaba con los huevos fritos lo que con los hijos: que no los dejaba en paz. La diferencia está en que los hijos crecen y se acomodan solos, mientras que los huevos fritos (¿qué se puede comparar a un par de huevos bien fritos?) se los come uno como el mejor regalo del Creador. La cuestión es, como en todo, el punto. Soy albañil y sé lo que me digo referente al punto del punto. Lo que importa, para los huevos, es la cantidad y el calor del aceite en el que se echan partidos y vertidos con cuidado y el momento justo en el que hay que sacarlos, la clara ya abullonada como si fuese pasta de buñuelo. Los huevos fritos nunca se «apegan» como decía ella. No diré más, gracias a Dios: un huevo frito con la yema cubierta, blanca o rota ni es un huevo frito ni es nada. Que la quemadura fuese tan grave, ¿quién lo podía adivinar?
MAX AUB, Crímenes ejemplares, Calambur, Madrid, 1996 (1991), página 85.
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