Cierra los ojos y se irán, dice su padre; y si no, es porque los estás imaginando. Además, lo que tiene que hacer una mujer es dormir para despertarse pronto con su estrella-tortilla, esa que sale pronto, justo a tiempo para subir y sorprender por el rabillo del ojo las patas traseras que desaparecen detrás del fregadero, o debajo de la tina de cuatro pies, o entre las tablas sueltas del suelo que nadie ha reparado.
Alicia, cuya mamá murió, lamenta que no haya nadie mayor que ella para levantarse y preparar las tortillas de la fiambrera del almuerzo. Alicia, que heredó el rodillo de amasar y el carácter somnoliento de su madre, es joven y lista y acaba de empezar sus estudios en la universidad. Dos trenes y un autobús, porque no quiere pasar toda la vida en una fábrica o detrás del rodillo. Es una, buena chica, mi amiga. Estudia toda la noche y ve ratones, los mismos que según su padre no existen. Nada le da miedo, salvo aquella piel con cuatro patas. Y el padre.
SANDRA CISNEROS, Una casa en Mango Street, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp.49-50.
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