POR COMPLACER AL AMANTE, MADRE MATA A SU HIJITA
La populosa y no bien afamaba barriada de El Serón fue escenario ayer de un crimen monstruoso que no sin razón ha llenado de horror al vecindario, pues pocas veces habrá podido mostrarse tan al desnudo la ferocidad de la condición humana como en este caso, cuyas circunstancias por lo demás aún no han sido completamente esclarecidas.
Víctima del horroroso suceso fue una criatura de pocos meses, la niñita Inés Martín, a quien su propia madre, Luisa Martin, hundió el cráneo a martillazos, instigada al parecer por su amante, Luis Antón, alias El Perinola, sin profesión conocida, el cual, según ella declaró en la comisaría, le había exigido ese sacrificio como prueba de amor.
El propio Perinola fue quien, con increible desfachatez, puso el hecho en conocimiento de la policía, aterrorizado —dijo— por la conducta de su amiga. Pero más probablemente movido del temor a las consecuencias que su participación en el espantoso infanticidio debía acarrearle.
De las versiones, no en todo concordes, ofrecidas por la siniestra pareja se desprende que la infeliz Inesita constituía, con sus llantos nocturnos , una perturbación para el descanso y las sucias expansiones de los amantes, y que ya antes más de una vez el Perinola, irritado, hubo de abandonar el lecho y la casa para acogerse bajo el techo de otra vecina a la que también solía otorgar sus favores, amenazando con no volver a pisar el suelo de Luisa Martín mientras ésta no enseñara buenas maneras a su hijita. Varias vecinos han confirmado que en ocasiones tales la desnaturalizada madre maltrataba a la criaturita brutalmente, con el previsible resulltado de aumentar el escándalo, obligándolos a intervenir y agotando la poca paciencia del barbián.
Insiste Luisa —mujer todavía joven, pero estragada por la mala vida— en que sólo ante el ultimátum del Perinola, que la puso a elegir entre él y la pobre mocosa, se resolvió a acometer la atrocidad final. En este punto, las declaraciones de uno y otro discrepan: mientras el hombree sostiene que jamás sugirió semejante alternativa, explicando prolija¬mente sus peleas con la querindonga y su deseo de romper relaciones tan molestas, ella insiste en afirmar que, no sólo le exigió el Perinola que se deshiciera de la nena (en prueba de su amor a él), sino que hasta llegó a ponerle en la mano el martillo con que debía machacarle la cabeza, como en efecto lo hizo en un momento de obcecación del que en seguida se arrepentiría. Sin embargo, es lo cierto que ni la mirada seca de sus ojos, ni lo indiferente de su actitud, dan testimonio de semejante arrepentimiento.
FRANCISCO AYALA, El jardín de las decilcias, Seix Barral, Barcelona, 1971, pp. 23-24.
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