LOS HÉROES
El gusto por lo trágico es uno de los hábitos de nuestra especie. No recordamos de la Historia sino aquellos pasajes que mayor desasosiego nos producen; indagamos los diarios matutinos en busca de escuetas noticias cuya brutalidad pueda turbarnos. Nos seduce la imagen de Borges, un profeta del escepticismo abocado a la soledad, la ceguera y la desdicha; nos cautiva la figura pavorosa de Hitler, que acaso proclamó un imperio para olvidarse de que era mortal, como ios árboles y como los pájaros; nos atrae Van Gogh, que pudo ser, y fue, uno de los hombres más desdichados que han caminado sobre el orbe; nos fascina la muerte ritual de Mishima, que se abrió las entrañas con una daga; nos atrae la imagen de un Hemingway otoñal y enloquecido en su granja de Ketchum, volándose la tapa de los sesos de un disparo.
No pasan a la Historia los hombres tocados por la dicha. En cada profeta, en cada caudillo, en cada artista ha habido un hombre torturado. El ser dichoso nunca buscará salir del anonimato, no sentirá la necesidad de tejer imperios, de inaugurar cultos, de crear obras duraderas.
El ser dichoso admirará a grandes hombres que, en su interior, lo habrán secretamente envidiado.
Lo trágico perdura en la memoria de la especie; la felicidad, que por definición es efímera, está condenada de antemano a no dejar huella.
No pasan a la Historia los hombres tocados por la dicha. En cada profeta, en cada caudillo, en cada artista ha habido un hombre torturado. El ser dichoso nunca buscará salir del anonimato, no sentirá la necesidad de tejer imperios, de inaugurar cultos, de crear obras duraderas.
El ser dichoso admirará a grandes hombres que, en su interior, lo habrán secretamente envidiado.
Lo trágico perdura en la memoria de la especie; la felicidad, que por definición es efímera, está condenada de antemano a no dejar huella.
MANUEL MOYANO, La memoria de la especie, Xórdica, Zaragoza, 2005, 136 páginas.
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